Lado B
Nochixtlán, las razones de la indignación
La gente cree que el gobierno les usó para dar un manotazo a la disidencia magisterial, pero le salió el tiro por la culata. Un mes después, aún no se sabe quién ordenó disparar
Por Lado B @ladobemx
25 de julio, 2016
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No son sólo los muertos y heridos lo que despertó la ira de Asunción Nochixtlán, sino la certeza de que el pueblo fue agredido brutalmente y sin razones. La gente cree que el gobierno les usó para dar un manotazo a la disidencia magisterial, pero le salió el tiro por la culata. Un mes después, aún no se sabe quién ordenó disparar

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Fotos: Alberto Nájar, tomadas de Pie de Página.

Alberto Nájar | Pie de Página

@pdpagina

Nochixtlán, Oaxaca. Lo primero que aparece al llegar al pueblo de Asunción Nochixtlán es un camión cisterna volteado, la cabina casi en cenizas y el silencio de una carretera solitaria. Más adelante hay un autobús de pasajeros totalmente incendiado, y a unos metros un auto mediano en las mismas condiciones. Una casa conserva todavía el agujero que dejó una bala al atravesar el vidrio de la ventana.

Son las huellas visibles unas semanas después de la batalla. El 19 de junio, esta zona de la autopista entre Oaxaca y Ciudad de México fue campo de una intensa resistencia de pobladores y maestros contra policías federales y del estado que pretendían retirar un bloqueo carretero.Varias horas de golpes, cohetes, campanadas desde la iglesia local, gas lacrimógeno, bombas incendiarias, helicópteros de guerra, francotiradores, heridos, muertos.

Oficialmente son ocho las personas fallecidas. Entre los pobladores y la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) dicen que la cifra es de once, aunque hasta ahora no se conoce quiénes son los tres que engrosan el número.

Los maestros ubican en más de 150 las personas heridas, tanto de bala como por golpes y el impacto de granadas de gas lacrimógeno. La Secretaría de Gobernación habló de una docena, el número que se presentó en los hospitales.

Es el capítulo más violento en la prolongada guerra por imponer la Reforma Educativa en México, y como ha sucedido en otros episodios, en este todavía no se sabe qué ocurrió realmente.

Y lo más importante: tampoco se conoce quién ordenó disparar a la multitud que repelió la incursión policíaca.

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La distancia

Lo único claro, dicen en el pueblo, es que “el gobierno”, como le llaman a la Policía Federal, no tenía razón alguna para meterse a sus calles.

El sitio donde estaba bloqueada la autopista a Ciudad de México está a por lo menos 500 metros de las primeras casas y el panteón municipal.

Demasiada distancia, incluso, para una eventual persecución de policías contra maestros. Mucho terreno para la “emboscada” que la Comisión Nacional de Seguridad dijo que le tendieron a sus elementos.

“No tenían por qué haberse metido hasta acá, eso fue lo que molestó a la gente”, dice Yesser López Vázquez, profesor y miembro de la Sección 22 de la Coordinadora.

Un enojo que se convirtió en rabia al conocerse el primer saldo del ataque, completa Ángel López Ramírez, también maestro.

“Cuando se empiezan a enterar que ya había caídos, personas fallecidas, la gente del pueblo que guarda más reservas a las acciones del magisterio fueron los primeros que fueron para allá”, dice.

Los recibieron a tiros, sobre todo del hotel Juquila donde se apostaron francotiradores. A unos metros, en el panteón municipal, policías estatales vaciaron sus pistolas a la gente que se acercaba, mientras agentes federales desde la gasolinera junto a la autopista dispararon con rifles de asalto. Las granadas de gas lacrimógeno se lanzaron directamente a los cuerpos de profesores y vecinos que respondieron con palos, piedras y bombas caseras tipo Molotov.

Ángel López estaba dentro de la refriega cuando vio que un helicóptero Blackhawk llegó para recoger a los policías heridos, “y luego regresó para aventar mucho gas, parecían nubes”. Los maestros y pobladores acarrearon a los suyos en taxis, bicimotos o los cargaron hasta el único hospital de la región. Pero les cerraron la puerta.

Su único refugio fue la iglesia de Nochixtlán. El párroco Adrián de la Cruz pagó caro el gesto: días después fue amenazado.

Aunque la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) estableció medidas cautelares para protegerlo, cumplirlas depende del gobierno de Oaxaca.

El miedo

Un mes después de la batalla todavía hay miedo en Nochixtlán, tanto que según los maestros y algunos sobrevivientes dicen que muchos heridos intentan recuperarse en sus casas.

No quieren acercarse a un hospital. “Me van a detener cuando me estén curando el pie”, narra un joven profesor herido por una granada de gas que le pegó directamente en la pantorrilla derecha.

“Por lo menos me van a fichar, a tomar el nombre y el domicilio. Y la situación no está para arriesgarse”.

Dos momentos reflejan el terror de la comunidad:

El sábado 16 de julio, una brigada médica de la Secretaría de Salud apareció en el pueblo para atender a los heridos que estaban escondidos en sus casas. Llegaron 150. Unas 12 veces más el número inicial de víctimas reconocidas el gobierno federal.

Dos días después se logró el primer acuerdo entre vecinos y la Secretaría de Gobernación: trasladar a una persona herida de Nochixtlán a un hospital de Ciudad de México.

Por lo menos avanzaron en algo. La Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas (CEAV), en cambio, apenas analiza crear un fideicomiso para pagar los gastos médicos de deudos y lesionados.

Los tiempos

Tiempos: uno o dos minutos para determinar el calibre de un casquillo de bala. Menos, si el que la revisa es experto.
Unas tres horas para saber la forma en que murió una persona, el lapso promedio de una autopsia. En ese rato también es posible conocer –si la causa es un balazo- el tipo de arma que arrancó su vida.

Medio día, quizá una jornada completa, para establecer el origen y trayectoria de los disparos en una escena del crimen. Otra tarde entera para recabar y empaquetar debidamente muestras de cuatro vehículos incendiados.

Y una o dos semanas, a lo mucho, para verificar si las huellas balísticas de armas oficiales coinciden con las encontradas en las balas y casquillos recogidos en un asesinato.

Son, o deberían ser, los tiempos para la primera parte de cualquier investigación donde mueren o se hiere a personas en las procuradurías del país. Pero esa norma no parece existir en Nochixtlán.

Más de cuatro semanas después ni siquiera estos datos básicos se conocen, o al menos no se han compartido con quienes en este tipo de casos suelen tener acceso a los expedientes, como la CNDH o los familiares de las víctimas.

¿Sigilo en la investigación? ¿Moneda para negociar con la CNTE? Quién sabe. Pero es claro que el silencio profundiza el enojo en el pueblo. Para la gente de aquí no hay que darle muchas vueltas: sólo basta con preguntar a la familia de los muertos y heridos.

Juan Antonio Jiménez Santiago es uno de ellos. El 19 de junio su hijo Yalid estaba con los maestros en el bloqueo carretero cuando empezó el desalojo.

“Los francotiradores se escondieron entre unos matorrales, allí cerca de la autopista, y empezaron a disparar”, cuenta su padre.

“Mi hijo se estaba escondiendo junto a una casita de tabique pero cuando salió se soltó la balacera, allí cayeron tres. A mi hijo le tocaron cuatro balazos, a otro chavo le dieron tres”.

Yalid murió cuando los policías habían sido replegados por maestros y vecinos que llegaron a ayudarles. Fueron muchos, más de los 800 policías que desalojaron el bloqueo.

La emboscada

Nochixtlán es uno de los distritos más grandes de la región mixteca, con 2,798 kilómetros cuadrados donde hay 550 comunidades. Sólo dos se consideran urbanas.

De muchas de ellas llega gente cada semana. Los domingos son los días de mercado, cuando bajan campesinos de las comunidades serranas a vender verduras, fruta y a veces guajolotes.

En la batalla del 19 de junio participaron unas 2,000 personas atraídas por las explosiones de las granadas de gas, primero, y luego por el humo de los vehículos incendiados después. En el tianguis “se quedaron bastantes”, dicen los maestros.

Por eso repelieron a los policías. Por eso el comisionado de la Policía Federal, Heriberto Galindo, habló de una emboscada.

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El juego político

En Nochixtlán coinciden las dos vías más importantes para Oaxaca que comunican al estado no sólo con Ciudad de México, sino con el 70% del país.

Hubo dos bloqueos, en la autopista y la carretera libre, aunque el desalojo fue en la primera.

Algo que poco se ha dicho es que en realidad nunca hubo un cierre total. En el día podían cruzar automóviles particulares y autobuses de pasajeros, así como la mayoría de los camiones de carga, y por las noches no había bloqueo, dice el profesor López Vázquez.

Los únicos que tenían cerrado el paso fueron unidades de empresas trasnacionales, como Pepsico, Femsa, Oxxo, Soriana o Walmart, por ejemplo. Pero las empresas se las arreglaron para enviar su mercancía. Coca Cola, por ejemplo, envió miles de cajas de refresco en lo que llama “carga seca”, es decir, a bordo de tráileres blancos, sin logotipos o con el nombre de otras empresas. También cruzaron sus camiones en las madrugadas, cuando el retén de la CNTE se retiraba.

Otro caso que llama la atención es el transporte de pasajeros. A pesar de que tenía paso libre, la compañía ADO suspendió los viajes a la capital del país. ¿Por qué? En Nochixtlán creen que fue parte de la campaña para estigmatizar al movimiento magisterial.

“Quieren poner a la gente en contra nuestra, pero nosotros no podemos perjudicar en ningún momento nuestra economía estatal, sobre todo aquí del distrito”, asegura el maestro López Jiménez.

La CNTE es la parte disidente del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) y lleva más de tres décadas demandando la democratización del sindicato.

La estrategia también incluye las vinculaciones frecuentes con grupos armados, como el Ejército Popular Revolucionario o el EZLN que, por cierto, respaldan a la disidencia magisterial.

Mentira, dicen los profesores. “Nunca habíamos vivido una experiencia como esa (el desalojo del bloqueo), no conocemos cuál es la posición para disparar ni sabemos cómo escondernos o disparar”, dice Ángel López. “No somos guerrilleros”.

Es la raíz de la indignación en el pueblo, Además de los muertos y heridos, en Nochixtlán creen que no había motivos para una operación como la del 19 de junio.

A los maestros, las personas lesionadas y familiares de los fallecidos no se les quita la idea de que el gobierno quiso dar una lección al magisterio disidente, los eligió a ellos.

También quería mandar otro mensaje: que el país no se ha salido de control al presidente Enrique Peña Nieto. “Traen un juego entre manos, sabemos el corte político que tiene esto, conocemos todas sus artimañas”, dice López Ramírez.

Pero les falló la estrategia. Si querían aplacar a Nochixtlán y con ello al movimiento no lo consiguieron, añade el profesor.

“Somos gente pacífica, leal, justa. Pero también, como este momento que fue tocada, cuidado. Es como cuando atacas a una víbora de cascabel: se defiende y puede morderte”.

La indignación en el pueblo se queda en sus calles, aunque los enviados del gobierno no parecen –o no quieren- notarla. Sólo reaccionan cuando las carreteras vuelven a bloquearse y regresan a su discurso y estrategias.

Cuando se revive la batalla del 19 de junio.


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Autor Lado B
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