Lado B
Política y esquizofrenia
“¡Pero cómo va a ser caro el centro!”, me respondió, previa carcajada, el que en teoría habría de ser el experto. Hablábamos de las ventajas y desventajas de descentralizar los eventos del instituto de cultura de la ciudad y a mí se me ocurrió decir que una de las ventajas de la descentralización era que acercaría a la gente que, por lo general, no puede viajar al centro debido al alto costo que esto implica.
Por Luis Felipe Lomelí @Lfelipelomeli
14 de julio, 2015
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Luis Felipe Lomelí

@L_felipelomeli

[dropcap]“¡[/dropcap]Pero cómo va a ser caro el centro!”, me respondió, previa carcajada, el que en teoría habría de ser el experto. Hablábamos de las ventajas y desventajas de descentralizar los eventos del instituto de cultura de la ciudad y a mí se me ocurrió decir que una de las ventajas de la descentralización era que acercaría a la gente que, por lo general, no puede viajar al centro debido al alto costo que esto implica. Y la carcajada siguió, de él, del hombre con doctorado recién estrenado cuya misión era “enseñarnos” cómo eran la ciudad y sus habitantes, y del resto de la comitiva que habría de ocupar los cargos directivos de dicho instituto.

Para todos (salvo para uno, quien no formaba parte del grupo y ya ocupaba un cargo en la administración saliente) era imposible pensar que el centro, ése lugar “lleno de nacos” (palabras de alguno de los presentes), podía ser “caro” para alguien. Por supuesto, poco importaron los datos referidos: el ingreso promedio de la ciudad, los costos de traslado desde los barrios más alejados, el índice de pobreza del municipio… Los consideraron simples opiniones. Y, para cerecita al postre, resultó que yo, el foráneo, conocía más barrios populares que el mismísimo experto y sus amigos .

Si usted ha tenido la oportunidad de trabajar con gobiernos municipales, estatales o federales en los últimos 10 años, seguro la historia le suena conocida: un grupo de mirreyes (Ricardo Raphael dixit) con todos los títulos educativos posibles quienes, sin embargo, carecen sin saberlo del conocimiento mínimo necesario para realizar su trabajo (confunden la realidad con su idea de la realidad), no tienen un orden ni un objetivo claro a pesar de estar en puestos directivos  (“a mí me caga la política, yo estoy aquí nomás por la chamba”, repiten sin cesar) y su afectividad es inadecuada o plana (“lleno de nacos”, “Yo, gran jefe Toro Sentado”).

Dicho de otro modo, pareciera que nuestros tomadores de decisiones padecieran un tipo de esquizofrenia clasificada: la hebefrénica.

Si nuestra realidad fuera un cuento, sería un cuento fantástico donde las propuestas estúpidas, los planes de desarrollo sin planeación, la confusión de causas con efectos, los discursos que parecen hablar de otro país, el racismo y clasismo de nuestros dirigentes, la ausencia de orden al establecer prioridades por parte de nuestras instituciones, las reformas que consiguen lo contrario a lo que buscan, etcétera, etcétera, serían el resultado –esperable, obvio- de tener un país dirigido por un montón de hebefrénicos.

Lamentablemente no es un cuento de ficción y, en teoría, ninguno de nuestros dirigentes padece de sus facultades mentales. Salvo, claro, que Lorenzo Córdova nos haya querido decir algo más en ésa llamada telefónica: “No, no, no. Está de  pánico, o acabamos muy divertidos o acabamos en el psiquiatra de aquí, cabrón.

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Luis Felipe Lomelí
Estudió Física pero se decantó por la todología no especializada: una maestría en ecología por acá, un doctorado en filosofía por allá, un poquito de tianguero y otro de valet parking. Ha publicado los libros de cuentos Todos santos de California y Ella sigue de viaje, las novelas Cuaderno de flores e Indio borrado, el ensayo El ambientalismo y el libro de texto Naturaleza y sociedad. Es Premio Nacional de Bellas Artes y miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte. Se le considera el autor del cuento más corto en lengua hispana: "El emigrante": -¿Olvida usted algo? –Ojalá.
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