La asunción de Francisco generó estrategias diversas en actores católicos, políticos y sociales. ¿Por qué los dirigentes que parecían mejor posicionados en torno a su figura, como Michetti y Carrió, terminaron marginados?¿Qué sucede ahora en los grupos militantes católicos de izquierda y derecha, quienes se enfrentaron a Bergoglio cuando era Cardenal?¿Y entre los que no siguen la doctrina religiosa? En este ensayo, la especialista en Sociología de la Religión, Verónica Giménez Beliveau, analiza la tracción carismática del Papa sobre sectores dentro y fuera de la iglesia.
Todo empezó con la sorpresa de propios y ajenos. Primero, la renuncia de Benedicto XVI, un hecho absolutamente inusual, que en la Iglesia romana no se producía desde hacía siglos. El apartamiento voluntario de un cargo que normalmente se deja por la muerte es una muestra más de la desacralización de la figura de la máxima autoridad de la Iglesia. Una forma de discutir, con un hecho contundente, la figura del Papa que, desde fines del siglo XIX, se venía construyendo alrededor de la idea de infalibilidad. Luego, la designación de un no europeo en el cargo.
En marzo de 2013, la elección de un papa latinoamericano no formaba parte de las opciones más probables en las apuestas sobre el nombre del próximo pontífice. Y de pronto, un simpático obispo de dicción afectada anuncia que Georgium Marium Sanctae Romanae Ecclesiae Cardinalem Bergoglio es el nuevo jefe de la Iglesia católica, y que se ha impuesto el nombre de Francisco.
Primero, el catolicismo. Ese espacio plural, diverso, de límites difusos que es el catolicismo reconoce en su interior corrientes, sensibilidades y modos de definirse como católico que conviven bajo el amplio cielo protector de la Iglesia. Conviven aún cuando ciertos grupos deslegitiman las prácticas de ciertos otros, y aún cuando unos creen que los otros deberían ser firmemente excluidos por las autoridades de la Iglesia. Esas diferencias van volviendose más suaves a medida que se asciende en la jerarquía: disputas ideológicas o doctrinales que entre los fieles o los líderes laicos de ciertos grupos cierran sociabilidades y marcan fronteras claras, entre los obispos se diluyen, se eufemizan y, si bien son visibles para las miradas atentas, no tienen la espectacularidad de otras declaraciones públicas.
La elección de Bergoglio como papa produjo un sacudón en el catolicismo argentino. Si lo pensamos sociológicamente, podemos entender al catolicismo a partir de formas de relacionarse de los católicos con sus creencias y sus prácticas, y así encontramos una gran mayoría que se relaciona con su credo “por su propia cuenta”. Para ellos, la Iglesia aporta una serie de símbolos y ritos que son apropiados y utilizados siguiendo derroteros personales, más que instrucciones eclesiásticas.
También aparece un grupo de católicos que decide relacionarse con su fe a través de la institución: se identifican dentro de sus estructuras organizativas (parroquias, diócesis), y tratan de conformarse a sus reglas, siempre en diálogo con una modernidad que atraviesa las vidas de todos los ciudadanos.
Luego, encontramos minorías activas, grupos de fieles muy comprometidos con la institución, que deciden vivir su vida según los mandatos de la Iglesia, interpretados por grupos que le dan un sentido pleno a esa pertenencia.
Estos militantes católicos construyen identidades fuertes, de distintos signos doctrinales e ideológicos, que muestran además en el espacio público a partir de la portación de signos que los identifican: escudos, distintivos, signos que vuelven las pertenencias reconocibles para quien sepa leerlas. La Acción Católica, los Scouts, los Focolares, los Cursillistas, el Opus Dei, Fasta o los Seminarios de Formación Teológica, los Cooperadores Salesianos representan grupos que muestran a sus fieles y a la sociedad distintas maneras de ser católicos que reivindican como válidas, y a menudo como las más cercanas al sentir de la Iglesia.
Entre estos polos se organiza hoy, desde el punto de vista sociológico, el catolicismo. Y cada uno de estos espacios reaccionó de formas diferentes frente a la elección de Jorge Bergoglio como papa.
Para los católicos que se relacionan por su propia cuenta con la Iglesia y aquellos que se identifican con la institución, la llegada de un cardenal argentino al papado significó una grata sorpresa. Más que pensar en tensiones o esperanzas de cambio al interior de la Iglesia, primó un sentimiento de orgullo nacional, que reactivó la emoción de la pertenencia a un colectivo exitoso: los argentinos tenemos algunos premios Nobel, al mejor jugador de fútbol del mundo, a la reina de Holanda y al papa. Ese sentimiento de “nacionalismo banal” se refuerza con ciertos códigos que compartimos con el Papa por provenir del mismo lugar. El lenguaje común del fútbol, los barrios de la ciudad y giros idiomáticos contribuyen a generar una movilización emocional que genera sentir cercanía, empatía y conocimiento con aquel que hoy está en la cumbre del poder mundial.
Esta alegría difusa, amplia, genérica de la mayoría de los católicos, contrasta con la manera en que se vive en los grupos de activistas, lo que más arriba hemos denominado minorías activas. Si bien podemos ver en ellos la alegría general ligada a la nacionalidad del pontífice, identificamos también otras dinámicas.
En estos grupos de activistas se da una reflexión permanente sobre la realidad nacional, social y de la Iglesia, sobre la comunidad y su relación con la Iglesia, y las tomas de posición frente a figuras públicas, tanto al interior de la institución eclesiástica como fuera de ella. Cuando Jorge Bergoglio fue elegido papa, los dirigentes y los fieles de estos grupos ya tenían sus alineamientos o sus desavenencias con el cardenal, figura central en la Iglesia argentina de los últimos 20 años.
Y el cambio de escala, el tránsito de Jorge Bergoglio de la cumbre de la Iglesia local al cénit de la Iglesia mundial funcionó como un imán que ejerció una fuerza irresistible para comunidades, movimientos y militantes católicos: cualquiera fuera su toma de posición previa, se vieron llevados a definirse frente a este magno acontecimiento en la Iglesia local. Y no se vieron muchas formas distintas de definición pública, el alineamiento con la figura papal dentro del catolicismo argentino fue masivo, rápido, extendido.
[quote_box_left]Extracto del texto originalmente publicado en Revista Anfibia. Click aquí para seguir leyendo.[/quote_box_left]