Liz Ruiz
La felicidad se cuela en cada momento de la vida, así como el viento por cada rincón del cuerpo.
La palabra “lesbiana” me resultaba de lo más peyorativa del mundo cuando era adolescente. Era uno de esos insultos, como “morena” o “ciega”, que el insulto es considerarlo insulto, por creer que es malo ser lesbiana, o morena o ciega. Por lo tanto, fue una desgracia cuando esa “terrible palabra”, tan despectiva, me la empezaron a adjudicar a mí en la preparatoria. Claro, con toda la homofobia que había en mi escuela (y la homofobia internalizada también), hice todo lo posible por demostrar que no lo era, y pensaba complejas estrategias de comportamiento para parecer la más heterosexual del mundo. Por cierto, no lo logré.
Así que fui, igual que miles y millones de personas, trastabillando por mi propia vida sexual guiándome únicamente por mi intuición y la fidelidad que me pudiera guardar a mí misma. Y la verdad es que me fue bastante bien y tuve mucha suerte. Sin embargo, no deja de indignarme y de preocuparme el hecho de que esta parte tan fundamental de la vida humana esté sesgada de los planes de estudio y de las agendas gubernamentales. Me sigo cuestionando atónita cómo es posible que el mundo sea heterosexual para tantas personas, y que “el ambiente” LGBTTTIQHA sea un mundo oscuro, una parte alejada de la realidad cotidiana y que sigan habiendo preguntas como “¿Cómo cogen las lesbianas?” o “De ustedes dos ¿cuál es el hombre?” Esta parte de la sociedad, como todas las demás, constituye nuestra civilización, un gran acervo cultural desconocido, mitificado y cuasi-secreto.
Por esta razón no pude haber estado más feliz de la gran Jornada Cultural de Visibilidades Lésbicas “Alesbiánate” que organizaron mis queridas compañeras de El Taller. Tuvo de todo: conversatorios en bellos cafés alternativos, obras de teatro, documentales, talleres de sexo entre lesbianas (no, no acabaron en orgía), experimentos sociales y hasta un fiestón que tuve el placer de disfrutar.
Aprendí muchísimo durante esos días y tuve la oportunidad de conocer mujeres muy interesantes y muy agradables. Hubo un ambiente muy particular en los eventos de la jornada cultural, que no era solo para mujeres, pero que solo asistimos mujeres. En los conversatorios nadie se arrebataba la palabra ni luchaba por tener la razón. Era eso: una charla, un compartir ideas y experiencias de vida. Era una convivencia muy honesta, muy sentida. No paré de preguntarme cómo sería la dinámica si hubieran estado puros hombres. Definitivamente, esa forma de hablar es de mujeres muy trabajadas en sí mismas.
La fiesta fue de lo más divertida, y para mí (y recuerden que todo lo que estoy diciendo es desde mi muy particular punto de vista) fue mucho más cómoda que una fiesta buga, donde no paras de mosquearte a los hombres que aún siguen creyendo que “no” es “sí”, y que al decirles “no sé bailar” te responden “no te preocupes, yo te enseño” en lugar de disfrutar el baile sabiendo que para eso es. Cuando le dije a una de las jóvenes en la fiesta que no sabía bailar me respondió algo que nunca había escuchado: “entonces mejor bailamos sueltas”. Qué diferencia de pensamiento y reacción.
En resumen, fue una maravillosa experiencia. ¿Pero es que acaso estoy diciendo que el ambiente lésbico es el mismísimo paraíso terrenal? ¿Me atrevo a insinuar que estar entre lesbianas es mejor que estar en un ambiente heterosexual? ¡Tranquilx, queridx buga! ¡Nadie quiere menospreciar tu universo! Lo que me parece es que definitivamente, hace falta justamente la visibilidad lésbica. La discriminación y la violencia tienden a descender cuando otras realidades se hacen parte de nuestra realidad cotidiana, y de pronto una realidad tan excluyente llega a ser monótona y frustrante para mí. Pero también debo decir que pensé mucho que en ese ambiente era muy evidente el trabajo de desarrollo personal que han labrado muchas mujeres que estaban conformando esos momentos. Había un nivel de intimidad y amistad que rara vez encuentro en la vida cotidiana.
Por esta loable labor quiero felicitar a mis queridas amigas de El Taller, que día con día forjan una realidad más incluyente con su buen humor y su vehemencia; y también a todas las demás mujeres que, sin ser de la organización, contribuyeron con su presencia y su transparente existencia a hacer de esa jornada algo verdaderamente productivo y trascendente para mí.
Y si nunca has estado en el “ambiente gay”, no conoces nada al respecto y crees que esa realidad está muy lejos de ti, te invito a que diversifiques tu vida cotidiana. Conocer gente nueva y contextos nuevos es una de las experiencias más enriquecedoras que podemos disfrutar.
Ay, creo que finalmente sí me alesbiané.