Lado B
NULLA MORALIA. REFLEXIONES DE UNA VIDA EXTINTA
"El cine de Wong Kar Wai es un poética del cigarrillo, todo lo demás para él es un pretexto"
Por Lado B @ladobemx
18 de abril, 2013
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Francisco Serratos

@posprimitivo

 

DEL CIGARRO COMO HERRAMIENTA EXISTENCIAL

 

De los pocos artistas que han desafiado las reglas sanitarias que censuran el uso del cigarro, nadie narra el humo como Wong Kar Wai: forja en el aire una escultura transparente. El cine de Wong Kar Wai es un poética del cigarrillo, todo lo demás para él es un pretexto. Sus personajes viven para experimentar la vida y después sellarla con humo, desde Days of Being Wild hasta 2046, de aquí que sus películas sean el relato de una época aristocrática en el que las personas, para curarse una mala noche, encendían un cigarro. Es imposible, al menos para mí, no ver In the Mood for Love sin que se me antoje una calada, sin que sueñe con un amor imposible en una ciudad destartalada, pero iluminada por la lámpara del cigarro. Otro de mis fumadores favoritos es Julio Ramón Ribeyro, quien en su memorable relato “Sólo para fumadores” dice: “Sin haber sido un fumador precoz, a partir de cierto momento mi historia se confunde con la historia de mis cigarrillos”. La teoría del cigarro de Ribeyro también es una de las más interesantes y vale la pena resumirla. Tomando como referencia a Empédocles —cuyo nombre en sí encierra cierto misterio gaseoso— y su idea de los cuatro elementos que conforman la naturaleza, es decir el aire, el agua, la tierra y el fuego, Ribeyro dice que de esos cuatro solamente nos es permitido tener contacto directo con tres: el aire lo respiramos, lo sentimos en la piel y lo exhalamos; el agua la bebemos, la reciclamos en nuestro cuerpo y nos sumergimos en ella; la tierra es la que pisamos todos los días, la cultivamos y la usamos para construir nuestras casas; pero el fuego no, porque nos hiere, no podemos tocarlo de igual manera que a los otros y cualquier roce de sus llamas nos causa daños graves. Para manipular el fuego necesitamos un mediador y este mediador, dice Ribeyro, es el cigarro. Gracias a él, satisfacemos nuestra necesidad de tener contacto con los cuatro elementos primordiales, además que el fuego nos acerca a la ancestral divinidad que representó el sol; no obstante, como vivimos en una era secular, el cigarro sustituyó aquellos cultos solares, pero no perdió su carácter religioso: fumar es una ceremonia y renunciar al cigarrillo, concluye el escritor peruano, es “un acto grave y desgarrador, como una abjuración”.

De aquí que el cigarro, hasta hace poco, haya sido una herramienta existencial. Rescoldo poroso, el cigarrillo es un tropo: profecía de la noche, lámpara que mitiga el miedo. Y el fumador, un equilibrista: escribe, con cada cigarro, su vida, frustración, concentración, preocupación, relajamiento postcoital, desamor. Los personajes más entrañables, aquellos cuyos modelos de rebeldía y desgarbo ensoñaban a los lectores y a los cinéfilos, todos ellos fumaban. A diferencia de los bebedores, víctimas de un desaliño patético —pocos alcohólicos ahora son modelos existenciales—, el fumador es elegante. El bebedor renuncia a la vida, es un cobarde que se esconde en la esquina oscura de la cantina; el fumador enfrenta la realidad, le escupe una bocanada de humo y mira hacia el cielo. ¿Quién dudaría que la forma de una pipa es más elegante que el de una botella de cerveza?

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De todas las drogas, ninguna ha sido tan satanizada como el tabaco; la cocaína, la metanfetamina o la heroína, más que destruir cuerpos, desacreditan el contrato social: los drogadictos son criminales, su tragedia es política, mientras que el fumador es un enfermo humanista, contamina el claro del aire. Cae sobre el fumador no un juicio legal, sino uno peor, que es el moral. Cuando el personaje de Ribeyro se desintoxica ya no puede ver la vida de la misma manera: “De nada me servía percibir la pureza del aire marino, el aroma de las flores y el sabor de las comidas, si era la existencia misma la que se había vuelto para mí insípida” sin el cigarro, y por esta capacidad de cuestionamiento de los fumadores es que son incómodos: sin el tabaco no son capaces de disfrutar la normalidad de la vida. El tabaco es más letal porque es legal. Cuando en un futuro lejanísimo las demás drogas se legalicen, también serán más mortales: su límite de consumo estará supeditado al capital privado. La legalización de las drogas ya no tiene que ver con el control moral, sino mortal, es decir el Estado, para que gobierne el comportamiento de las personas, necesita administrar sus cuerpos, lo que consumen sus cuerpos y, una vez occisos, tener un control sobre su uso.

El cigarro causa cáncer: es la peor amenaza en contra del tabaco, pero el pollo inyectado con proteínas también, y los productos chinos también. Los estupefacientes se conciben de acuerdo a las campañas de prevención como destructores de una posible vida alegre y sana, sin realmente advertir que el problema de la drogadicción no son las consecuencias, sino las causas.

Jamás he visto una campaña de prevención contra la pobreza: “Ser pobre puede causar una muerte prematura” o “Evite el exceso de pobreza”. Las pantallas del cine, de la televisión, las portadas de las revistas, todos los medios de comunicación populares han higienizado a sus modelos; ahora es más seductor un tatuaje que un pitillo en la boca. Es un rebelde quien se revuelca en las pantallas pornográficas de la chismografía popular y no quien espeta verdades de humo sobre la inexistencia de la felicidad humana. Si el Penseur de Rodin resumió toda la era de la razón, una estatua de fumador debería consagrarse a ser su doble: quien fuma, piensa, y esta es una de las grandes amenazas para la sociedad en la que vivimos.

Y, por si se lo preguntan, no, yo no fumo.

El ensayo presentado aquí forma parte de un libro en construcción titulado Nulla moralia. Reflexiones de una vida extinta. Mi inspiración para escribir estas viñetas fueron la Magna moralia de Aristóteles y la Minima Moralia. Reflections from a Damaged Life de Theodor W. Adorno. Mi teoría es que el primer síntoma de una salud mental es el malestar filosófico; quien vive conforme con su tiempo no es una persona cuerda; la funcionalidad social no se define a partir de la productividad, sino de la incomodidad de la rutina y de la normalidad. Quiero expresar lo que para muchos es lugar común en la lengua hablada pero no en la escritura, pero esto no quiere decir que justifique mi falsa erudición, que justifique la cita culta para argumentar lugares comunes. Mis viñetas hablan de cosas habituales, de lo que veo en la calle, en el trabajo, en la televisión, lo que leo en Internet y los libros y, sobre todo, lo que me dicta el asco social de todas esas actividades. Me interesa la incomodidad, lo que Deleuze llamó la misosofía, porque un pensamiento que no duele, que no contraria y no entristece a nadie no es una filosofía.

SerratosFrancisco Serratos

Nació en Veracruz en 1982, pero vivió su infancia y adolescencia en Ciudad Juárez. Estudió literatura en la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. Actualmente vive en Arizona, donde estudia su doctorado en Arizona State University. Es ensayista, traductor y autor del libro La memoria del cuerpo. Salvador Elizondo y su escritura (2010). Ha publicado en revistas como Levrel y En libros colectivos de Tierra Adentro. Dirige Blog Indieo junto con otro grupo de escritores mexicanos.

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