Lado B
La mente criminal
Chucho nunca supo quién era su padre. Lamentablemente su madre tampoco. Ella era alcohólica y drogadicta, Chucho la recuerda en sus desmanes con amigos y novios de ocasión teniendo sexo enfrente de él desde que era niño. Al menos la recuerda con tres tipos en diferentes momentos, solían llegar por la tarde con cervezas y marihuana y quedarse hasta la noche. Reían mucho, casi como locos, algo que pocos años más tarde Chucho experimentaría también.
Por Lado B @ladobemx
21 de mayo, 2012
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Rolando Hernández Alducin*

Chucho nunca supo quién era su padre. Lamentablemente su madre tampoco. Ella era alcohólica y drogadicta, Chucho la recuerda en sus desmanes con amigos y novios de ocasión teniendo sexo enfrente de él desde que era niño. Al menos la recuerda con tres tipos en diferentes momentos, solían llegar por la tarde con cervezas y marihuana y quedarse hasta la noche. Reían mucho, casi como locos, algo que pocos años más tarde Chucho experimentaría también. En el sillón de la casa de interés social donde su madre vivía era donde se llevaban a cabo sus encuentros sexuales, Chucho recuerda sin desagrado las cosas que su madre hacía enfrente de él, en su memoria es una mujer vivaz que tenía mucha alegría para compartir, así la recuerda.

Chucho tenía como cinco años en aquel entonces, su madre veintidós o veintitrés, no se acuerda muy bien, pero sí recuerda que como a los once empezó a tomar alcohol y fumar marihuana en las fiestas que su madre realizaba, para ella y para sus parejas del momento era un juego emborrachar y drogar al niño que no paraba de reír y luego de llorar. A los trece años ya era alcohólico y drogadicto, consumía cervezas, marihuana, cocaína, tachas y resistol, lo más común en la ciudad; también era vándalo, asaltante, vagabundo, ladrón, agresivo y además casi analfabeta y desempleado. Diez años después seguía igual, sólo que con el cuerpo flaco de malcomer, mal dormir y malvivir. De repente dejaba las adicciones, pero siempre volvía porque ya no estaban bajo su control, a veces pensaba en una vida mejor, pero ahora entiende que no sabía cómo ni con qué lograrlo. Estaba atrapado.

Para entonces, a los 23 años y su madre con 41, llenos de soledad, miedo y un vacío que no sabe cómo explicar, según él mismo lo dice, comenzaron a tener relaciones sexuales. El día de hoy, otros diez años después, Chucho lo recuerda sin remordimientos, “es algo que pasó, así nomás”, dice, y describe los hechos sin omitir detalles, tuvieron sexo varias veces hasta que un día el hermano de ella los sorprendió, a él lo denunció por violación y a ella la golpeó y amenazó para que confirmara la versión, Chucho quedó en prisión con una sentencia de diecisiete años y su madre desapareció para siempre, él dice que fue por vergüenza que no se atrevió a decir la verdad. Es su versión.

Imagen: Cortesía.

Chucho es todo un personaje: un metro con ochenta de estatura, moreno casi negro, espigado, muy flaco pero fuerte, labios gruesos, mirada fija y penetrante de ojos completamente negros, voz gruesa, las manos largas con los dedos puntiagudos, uñas filosas… pero lo que más impresiona es su porte y su serenidad, nunca deja de mirar a los ojos mientras habla, como indagando quién y cómo eres… vestido con un blusón de estambre blanco que contrasta con su piel oscura parece salido de las historietas de terror, intimidante. Todo un personaje.

Ahora tiene treintaitrés años, ha pasado los últimos diez en prisión, ha hecho ejercicio, ha aprendido a leer y escribir, ha escuchado la palabra de Dios, ha reído, pero también se ha peleado, lo han golpeado, ha sangrado y ha llorado, sigue drogándose, pero “sólo lo necesario”, dice, “no soy estúpido”, se ha hecho varios tatuajes tratando de inscribir su historia con signos que lo representan, piensa mucho en una hija que tuvo con una de sus parejas y nunca se hizo cargo de ella, piensa en la vida que se le ha pasado sin sentirla: “no culpo a mi madre, pero despertó ese instinto sexual en mí… quisiera volver a verla”.

Chucho cuenta su historia sin apocamiento, pero no hace expresiones, no parece triste ni arrepentido, tampoco parece estar alegre ni ser cínico, lo que parece es que lo que pasó con su madre y lo que ha pasado en su vida lo entiende desde otro nivel, uno muy distinto del que las personas “normales” pueden percibir, como si hubiera alcanzado a comprender algo que los demás no hemos podido comprender todavía.

La entrevista dura casi una hora. Chucho no se impacienta ni un instante. No es hostil, no es amable. Le damos las gracias, trata de reír, extiende la mano para despedirse, siempre viendo a los ojos, aprieta fuerte, da la vuelta y se va. Tras de sí deja una sensación de misterio e incomprensión. Ha habido otros casos en los que el pretendido monstruo que uno espera en realidad no lo es, desde la prenoción del entrevistador se espera que el tipo encaje en una tipología, que tenga un trastorno, que tenga un aspecto amenazante, agresividad latente, que se oculte, que mienta y que además tenga la etiqueta de criminal en la frente, pero casi nunca es así. Hoy ha sido la excepción.

Imagen: Cortesía.

El tipo ha encajado en la tipología. Esta coincidencia ha solido animar la vanidad científica, diciendo “teníamos razón, hemos explicado la conducta criminal, hemos demostrado la existencia de la conducta antisocial”. Pero no es coincidencia, es casualidad. Chucho no es una constante, es un caso fortuito no generalizable. La maldad no es evidente, el criminal no es nato, los criminales no son un grupo tangente a la sociedad.

La ciencia ha tratado de explicar la conducta criminal con la prenoción del hombre delincuente, desde un enfoque que rastrea las causas del asesinato, la violación, el robo y la agresión como conductas anómalas, disfuncionales y enfermas, es decir antisociales, como si hubiera algo antisocial en la conducta humana. Nada es antisocial en la sociedad, la mente criminal no existe; ambas son instrumentos de análisis, no realidades incontestables. Robo, agresión, violación y asesinato son partes inherentes de la conducta humana y de la vida social. Si la ciencia y los científicos creen que existe una mente criminal y una conducta antisocial, seguramente se están equivocando. Lo más viable es voltear al revés las teorías de la delincuencia.

*Maestro en Sociología, Sociólogo del Consejo General Técnico Interdisciplinario de la Dirección General de Sentencias y Medidas, autor de la novela Mientras Lucrecia Muere, especialista en Sociología Criminal.

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